Fuente: http://www.serpadres.es/3-6-anos/educacion-y-desarrollo/la-edad-de-los-porques.html
Lo que pasa es que a esta edad la avalancha de preguntas es tal que puede poner a prueba nuestra paciencia. Por eso, siempre es bueno recordar que se trata de una fase normal y tener presente nuestra responsabilidad como padres.
Las preguntas de los niños pueden ser disparatadas, absurdas,
innumerables, agobiantes... pero eso no nos autoriza a menospreciarlas,
ignorarlas o ridiculizarlas. Se ha demostrado que los adultos más
espontáneos y creativos son aquellos cuyas familias, de pequeños,
fomentaban una expresión abierta y sin trabas y aceptaba las
manifestaciones de los niños.
Como el lenguaje es para ellos una adquisición reciente, quieren ejercitar su
habilidad para preguntar y responder,
con la entonación y la forma gramatical correspondiente. Esto por sí
mismo les divierte, y por eso a veces ni siquiera esperan ni parecen
atender a la respuesta y se limitan a encadenar preguntas.
Tampoco debe extrañarnos que haga la misma pregunta varias veces. A los niños les gusta la repetición,
que sus certezas se confirmen una y otra vez. También les gusta lo
predecible, reafirmar que a tal pregunta le corresponde siempre tal
respuesta. No hay que extrañarse ni enfadarse.
Una llamada de atención
A veces las preguntas también son un recurso para buscar nuestra atención. Los niños disfrutan del placer de que les dediquemos tiempo y hablemos con ellos.
Entonces, el interés está más en el hecho de hacernos hablar que en el
contenido de nuestras respuestas. Por eso se dan «diálogos para besugos»
del tipo: «¿Por qué ladra el perrito?», «Porque está feliz», «¿Y por
qué está feliz?».
En estos casos, en lugar de llamar al niño pesado o mandarle callar, podemos intentar convertir el interrogatorio en una conversación.
Por ejemplo, contraataquemos con: «¿Tú te pones feliz cuando te sacan a
pasear?», «¿Por qué te pones contento?», «¿Te acuerdas del perrito que
vimos ayer?». Él en cuanto pueda volverá con sus preguntas, pero
habremos pasado de un interrogatorio a un intercambio más equitativo.
Cambiar los roles
Por
ejemplo, si nos cansamos de responder a la pregunta: «¿Por qué echas
crema a los zapatos?» con el consabido: «Para que brillen», podemos
variar y contestarle con una respuesta absurda: «Para que puedan volar».
Un niño de tres o cuatro años edad es crédulo, pero no tanto. Si nos
contesta: «Pero los zapatos no pueden volar», podemos decirle «¿Para que
sirven los zapatos?». «¿Hay más cosas que sirven para caminar?». Así
romperemos el círculo vicioso.
Echarle ingenio no significa ridiculizar a nuestro hijo ni reírnos de él.
Nos hace preguntas porque confía en nosotros. Nuestro sarcasmo,
nuestras evasivas o nuestro silencio le defraudarán y le desanimarán a
seguir preguntando. Y con ello lo único que lograremos es limitar su
espontaneidad y su impulso de comunicarse.
Fomentar la comunicación
El hecho de que las preguntas sean ignoradas, ridiculizadas o castigadas («cállate ya, no seas pesado»), puede llevarle a la timidez. También puede causar
problemas de adaptación o
fracaso escolar.
No hay que obsesionarse con encontrar la respuesta precisa, ni tampoco complicadas explicaciones científicas. Respondamos con naturalidad y sentido común.
El niño no siempre entenderá, pero eso no es tan grave. Lo importante
es que sepa que las preguntas tienen respuesta, que él puede buscarla y
que nosotros le apoyamos.
Siempre que podamos, aprovecharemos sus preguntas para introducir nuevas palabras y conceptos.
Si el niño nos pregunta «por qué funcionan los coches», todavía no
podremos introducirle en los secretos de la mecánica, pero es una buena
ocasión para iniciarle en nociones como «rueda», «conductor»,
«velocidad» o «gasolina», con lo que se favorece su capacidad de
observación y se enriquece su vocabulario.
Puede que, tras esforzarnos en encontrar una respuesta, el niño
apenas la escuche y se distraiga o pase a otra pregunta. No nos
enfademos ni nos desanimemos. No importa tanto el contenido como el mecanismo de la comunicación en sí.
Claro que no siempre podemos estar disponibles para el juego de las
preguntas, y a veces tenemos derecho a estar agotados. Entonces es
lícito decir: «Espera a que acabe con esto y después te contesto a todas
las preguntas», y también: «Bueno, unas preguntas más y lo dejamos para
mañana». Lo importante es dejar abierta la línea de comunicación y no transmitirle que sus preguntas nos desagradan.
Autor: Luciano Montero, psicólogo.
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